jueves, 12 de noviembre de 2009

CÓMO SERÍA NUESTA VIDA SIN LECTURA

¿Cómo sería nuestra vida sin lectura?

¿Cómo sería nuestra vida si dejáramos de leer?

Ese es el subtítulo de un artículo recientemente publicado en The New Yorker, Twilight of the books. What will life be like if people stop reading?. Ese crepúsculo del libro que el título anuncia parece, a la luz de los datos aportados por el autor, Caleb Crain, una posibilidad cierta, una amenaza cada vez más cercana que se cierne sobre nosotros, amenazando la raíz lingüistica de nuestra inteligencia y la misma convivencia democrática, hecha de palabras.


Las cifras son indiscutibles: el descenso de los lectores en los Estados Unidos es continuo, no sólo entre los jóvenes sino, también, en los grupos de mayor edad, tradicionalmente más apegados a la lectura en papel, declive que no afecta solamente a los diferentes segmentos de edad sino que se extiende a generaciones sucesivas. La compra de libros sigue descendiendo, porque la media del presupuesto familiar dedicado a esa modalidad de consumo cultural es progresivamente inferior. La venta de darios, de prensa cotidinana, sufre del mismo descendimiento, y no parece que quepa pensar en recuperación alguna. Al contrario, las horas dedicadas al consumo televisivo se han duplicado, triplicado y hasta cuadruplicado, distrayendo ese tiempo que antes se podía dedicar a la lectura silenciosa a la televidencia pasiva.



La cuestión carecería de interés o no tendría mayor relevancia si se tratara, exclusivamente, de que un viejo hábito caduco viene a ser sustituido por un nuevo pasatiempo que, cuando se trata de la televisión, procura un aborregamiento adormecedor y, cuando se trata de un videojuego, regala una inyección de adrenalina y una cascada espasmódica de imágenes que genera una forma bien diagnosticada de adicción. No, el asunto no se ciñe, solamente, a una sustitución de hábitos de consumo cultural, sino que afecta, según demuestran las últimas investigaciones en neurobiología, a nuestra manera de razonar, memorizar e, incluso, convivir.



La lingüística ya lo había pronosticado, y la neurobiología viene ahora a corroborarlo: en el aprendizaje de la lectura los niños movilizan todas las zonas del cerebro -según se ha comprobado en las resonancias magnéticas- para penetrar en el alfabeto. A medida que la destreza crece y se automatiza el reconocimiento de los caracteres y el significado se va abriendo paso, decrece la intervención del hemisferio derecho hasta el punto en que, plenamente competentes, utilizan -utilizamos- el canal ventral del hemisferio izquierdo, desmovilizando el resto, es decir, liberando el resto de nuestra capacidad intelectual para dedicarlo a cuestiones distintas. De esa liberación y de esa competencia lectora incrementada surge la posibilidad de la abstracción, de la inferencia lógica, de la resolución de puzzles lógicos, de la memoria y la memorización, en fin, de las capacidades superiores de la inteligencia. Los estudios realizados por Luria con "iletrados" en comunidades campesinas rusas demuestran que su inteligencia es proyectiva y funcional, basada en el apego a las realidades circundantes más tangibles y en la inserción de sus aconteceres cotidianas en relatos memorables, en historias que puedan recordar.



Otros estudios demuestran que la exposición prolongada de los jóvenes a la televisión perjudica su vocabulario y su capacidad de abstracción, que el uso continuado e incontrolado de videojuegos, la lluvia de estímulos audiovisuales que sufren, no es el mejor fundamento para fomentar el juicio crítico sobre la realidad. Adolescentes expuestos a una presentación realizada en Power Point mostraron un aprendizaje radicalmente diferente de su contenido si pertenecieron al grupo al que se le permitió leer en silencio y recogidamente su contenido o fueron parte del grupo al que solamente se les permitió seguir la exposición audiovisual. Lo mismo ocurrió en los últimos estudios realizados en Inglaterra sobre grupos de personas a los que se les permitió leer la transcripción de los telediarios y otras intervenciones de políticos en pantalla y aquellos otros que, simplemente, se expusieron pasivamente a la refulgencia fantasmal de la pantalla. Conclusión sencillamente colegible: la lectura, el recogimiento que propicia, la actitud abstraída y concentrada que requiere, son necesarias para el desarrollo no sólo de una competencia lectora aceptable, sino de una inteligencia capaz de discernir, juzgar y diferenciar, claramente, el contenido de dos editoriales contrapuestos de dos periódicos distintos.

Una vida sin lectura sería una vida en la que las facultades que nos hacen propiamente humanos desaparecerían, en la que las palabras con las que se teje nuestra cultura serían insuficientes para que persistiera como la conocemos, en que nuestra convivencia democrática hecha de acuerdos y compromisos urdidos con palabras sería inviable.

1 comentario:

  1. Ufff, sin la lectura no tendríamos una capacidad lectora y no tendriamos la facilidad de discernir, diferenciar, comprender y estaríamos limitados a un vocabulario muy pobre, de igual forma no aprenderíamos ni conoceriamos a través de ella otras culturas.

    ResponderEliminar